miércoles, 21 de mayo de 2008

Poner la otra mejilla

Alguien cercano me contó la siguiente historia ocurrida en la república poco antes de la guerra civil. Un chaval de unos doce años que vivía en la zona pudiente de Málaga (en el Miramar, aunque no era precisamente rico) se preguntó porque siempre a la misma hora del mismo día se quedaba la iglesia de San Miguel cerrada a cal y canto. Conocido por ser muy travieso, se subió a un ciprés que había junto a la iglesia y pudo ver a través de una ventana que el párroco fornicaba con una mujer, éste vio al niño subido al árbol que le dijo claramente que para que tuviera la boca cerrada le tendría que dar dinero. Más tarde supo que la pecadora calentorra era una marquesa.
Pasaba el tiempo y cada vez que le daba la gana al chavalote, se pasaba por el templo para recoger la pasta. Una vez incluso, por hacer una chiquillada, dejó en la puerta de la iglesia un gran pescado podrido mientras daba la misa. Lo que se dice hacer amigos.
Llegó el día en que el tito Paco (Franco) se hizo con Málaga, y como siempre hacía al tomar posesión de cualquier pueblo o ciudad mandaba fusilar a un porcentaje de la población. En el saco entraban los rojos, colaboradores, familiares, intelectuales y a cualquier otro por venganza.
Entonces el clérigo se frotó las manos y dio el nombre del mozo que le había estado estafando para que le dieran matarile. Más listo que el hambre, el chico ya había salido de la ciudad y se refugió en Valencia. No contento el cura, mandó apresar al padre que regentaba uno de los primeros negocios de taxis. Estuvo un mes en la cárcel a la espera de ser fusilado, aunque finalmente fue liberado.
No diría yo que el zagal no se la estaba buscando, pero creo que queda claro como este cura no predicaba con el ejemplo, no sólo con lo de el voto de castidad (“No cometerás actos impuros.”), o con el de “no matarás”, o el de “No darás falso testimonio ni mentirás”, porque no creo que le dijera a los militares la verdad de lo ocurrido, o el sacrilegio que representa que un párroco se tire a una señora en la casa del señor.
Y por lo que se vio, tampoco aprendió aquella frase de “Poner la otra mejilla”…

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta historia es un ejemplo de lo que es la iglesia católica. El chaval tubo suerte pero miles de personas sufrieron historias parecidas y no lo contaron.
Málaga como muchas otras ciudades fue objeto de limpieza por parte de los fascistas, en la memoria para siempre los que fallecieron y sufrieron los bombardeos en la carretera de Almería . Mujeres, niños y ancianos saltaron hechos pedazos por los buques de guerra italianos con el beneplácito del nacional-catolicismo.
TODOS CONTRA EL FASCISMO SIEMPRE.